Los Parra sostiene con esfuerzo y pasión una tradición apícola que atraviesa generaciones. Con más de 5.000 colmenas, inician cada campaña en Mendoza con servicios de polinización y siguen su recorrido por Córdoba antes de regresar a San Luis, donde la sequía y los bajos precios de la miel golpean con fuerza.
En un contexto adverso, el trabajo familiar, la diversificación y el amor por las abejas son los pilares que les permiten seguir adelante. Desde Unión, en el departamento Dupuy, Juan José Parra representa a una familia con tradición apícola que maneja más de 5.000 colmenas y que acaba de cerrar una de las temporadas más difíciles de los últimos tiempos. La combinación de sequía prolongada, olas de calor extremo, altos costos operativos y un mercado deprimido dejó como resultado una cosecha escasa y muchas incertidumbres.
“En lo personal, esta fue la peor temporada desde que estoy en la apicultura”, afirmó Parra con sinceridad. “En el sur de San Luis, todo lo que es el Dupuy fue muy malo para la producción de miel”. Los números lo reflejan con crudeza: el promedio por colmena fue de apenas 13 kilos de miel, muy por debajo de lo que esperaban.
El golpe más duro llegó entre fines de noviembre y diciembre. La falta de lluvias agravó el estrés del campo y los apiarios comenzaron a resentirse. “Tuvimos que salir a alimentar colmenas en diciembre para mantenerlas fuertes hasta que llegara la floración. Lo hicimos, pero a un costo altísimo, porque los insumos están carísimos, mientras que el valor de la miel está por el piso”, relata. La situación obligó a realizar inversiones importantes solo para sostener la viabilidad de las colmenas.
Recién a fines de diciembre llegaron las lluvias. Pero el alivio fue parcial: las precipitaciones se combinaron con temperaturas extremas, que superaron los 40 grados. “El campo volvía a entrar en estrés por el calor, así fue hasta el final de la temporada. Logramos esos 13 kilos por colmena gracias al esfuerzo y la experiencia, pero sigue siendo un número muy bajo”.








A pesar de las dificultades, la familia Parra logró obtener cerca de 190.000 kilos de miel en total. “Es una cantidad que parece buena, pero para el número de colmenas que manejamos y toda la vuelta que hacemos durante el año, es muy poco”, aclara.
La campaña apícola de la familia comienza en agosto con la primera transhumancia hacia San Rafael, Mendoza. Allí prestan servicios de polinización para cultivos de ciruela y durazno, mientras trabajan en aspectos clave como sanidad, recambio de reinas y multiplicación de núcleos. Esa etapa, conocida como “hacer primavera”, tuvo resultados positivos. “Logramos buena calidad de colmena, recambio de reinas y todo lo que necesitábamos para encarar la temporada”.
A fines de septiembre, las colmenas se trasladaron nuevamente, esta vez hacia zonas como Cruz del Eje y Almonte, en Córdoba, para aprovechar la floración de especies nativas como el algarrobo y el mistol. “Ahí sí anduvimos muy bien, superamos los 30 kilos por colmena. Eso fue lo que nos dio aire para enfrentar lo que vino después, cuando regresamos al sur de San Luis y nos encontramos con la sequía”.
En cuanto al mercado, la situación tampoco es alentadora. “Toda la miel la vendemos a acopiadores que exportan, pero el valor es malísimo. Hace tres años que siempre hay una excusa: si no es el dólar, es que compite con la miel china, o que la miel clara vale una cosa y la oscura otra. El apicultor está muy intrigado y frustrado con los precios actuales”, lamenta Parra.
El equipo de trabajo actual está compuesto por cuatro empleados fijos, dos choferes, más personal eventual en épocas de mayor actividad, cuando pueden llegar a ser hasta 17 personas. A eso se suma el núcleo familiar, que tiene un rol clave: Alejandra, la esposa de Juan José, se encarga de la administración; su padre, de 74 años, sigue al frente del galpón y la extracción de miel, luego de haber iniciado esta actividad como emprendimiento principal en 1997. Incluso su madre colabora preparando las viandas para las jornadas extensas en el campo.
La pasión por las abejas también se transmite a la nueva generación. “Nuestra hija Cata, de tres años, ya anda dando vueltas en los galpones. Parece que ya empieza a mostrar su amor por las abejitas”, cuenta Parra con orgullo.
Consciente de que el panorama actual no es el mejor, Parra reconoce que la clave para resistir ha sido la diversificación. “Además de la apicultura, hemos desarrollado otras herramientas que nos permiten estar un poco más firmes. Pero la realidad es que, en los últimos dos años, la apicultura ha perdido fuerza en la provincia, especialmente en el sur. Ya no es lo que era antes”.
Aun así, la familia Parra sigue adelante. “Más allá de lo económico, lo nuestro es pura pasión. Viene desde mi viejo, y en mi caso también. Es esa pasión la que nos permite seguir apostando por esta actividad en los momentos difíciles”.