Científicos del CONICET descubrieron que los aceites esenciales y terpenos derivados de este fruto, combaten a las bacterias que resisten la acción de antibióticos en el organismo humano.
Constanza Luciardi, becaria en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), es una de las autoras de un trabajo que demuestra que los aceites esenciales y terpenos alojados en la cáscara de la mandarina roja, conocida científicamente como citrus reticulata, funcionan como estrategias para combatir la agresividad de bacterias patógenas en el organismo y debilitar su resistencia a los antibióticos.
De esta manera, la inclusión de tales derivados benéficos en productos de la industria farmacéutica o alimenticia -en dosis determinadas-, podrían favorecer a la salud humana en su duelo contra ciertas enfermedades infecciosas resistentes. Alguna de ellas, producidas por los alimentos (gastroenteritis, diarreas o cólicos), o bien para controlar infecciones en piel como piodermitis, entre otras.
Detalles del descubrimiento tucumano
“La búsqueda comienza a partir de conocer las virtudes de diversos productos naturales regionales, más allá de las nutricionales”, revela la doctora Elena Cartagena, investigadora en el Instituto de Biotecnología Farmacéutica y Alimentaria (INBIOFAL, CONICET-UNT), quien codirigió la investigación, junto al doctor Mario Arena.
“En esta oportunidad trabajamos con distintos aceites esenciales que se constituyen por mezclas complejas de sustancias volátiles; principalmente terpenos, producidos por el metabolismo del vegetal, concentrándose en las cáscaras de estos cítricos”, describe Cartagena. Y agrega: “Entre algunas de sus múltiples funciones, se destacan la actividad antifúngica, antivírica y antibacteriana en altas concentraciones y en bacterias de vida libre”.
El avance destaca una particularidad que no había sido explorada: la capacidad de los aceites volátiles y terpenos de mandarina de atenuar la virulencia microbiana, a través de la interrupción de un mecanismo de comunicación bacteriana o Quorum sensing (QS).
Dicho de otra manera: actúan contrarrestando los mecanismos de resistencia y la patogenicidad bacteriana, volviendo a las mismas sensibles a la acción de los agentes químicos y a las defensas activas del huésped. Así lo expresa la investigadora, a medida que detalla pormenorizadamente los resultados ya publicados en revistas internacionales como LWT- Lebensmittel-Wissenschaft&Technologie.
Estos “antipatogénicos”, destaca Luciardi, tienen que combatir el QS que controla la producción de enzimas específicas-una de ellas es la elastasa, que degrada los componentes estructurales de los tejidos elásticos, facilitando la diseminación de la infección-, los pigmentos tóxicos, la movilidad y el desplazamiento bacteriano (swarming) y, entre los principales factores agresivos, el Biofilm.
Este último, se constituye por un conjunto de bacterias que operan coordinadamente y una matriz de polisacáridos, que ellas mismas producen y que las protege del estrés físico, químico y biológico, como también de las defensas del huésped, confiriéndoles, aproximadamente, una resistencia a antibióticos mil veces mayor que el que tienen las bacterias de vida libre. Todos estos factores son los responsables de la cronicidad de los procesos infecciosos y de las infecciones intrahospitalarias difíciles de erradicar.
Factibilidad de aplicación
Sin especificar costos, Luciardi aclara que las concentraciones que se deben aplicar para conferir las propiedades antipatogénicas descriptas están en el orden de 10- 100 microgramos/mL. Es decir, mayores a las que usan las industrias farmacéuticas y alimenticias para saborizar y aromatizar sus productos con los aceites de mandarina.
“Este desarrollo presenta dos enormes ventajas. Por un lado, porque legitima el uso tradicional o etnomédico de los aceites esenciales utilizados desde épocas ancestrales y, por otro, debido a la importancia que cobra para la agroindustria local generar valor agregado a través del uso de las cáscaras muchas veces marginadas”, cree Luciardi.
“Es valioso y gratificante poder brindar alternativas poco convencionales que puedan favorecer a mejorar los tratamientos contra enfermedades humanas”, expresa Cartagena, sin dejar de subrayar que para llegar a la obtención de estos resultados tuvieron que atravesar un largo proceso que comprendió estudios químicos realizados en la Universidad de Valencia, por Arena en colaboración con la doctora Amparo Blázquez, además de biológicos.
Asimismo, los estudios farmacológicos para el desarrollo de un fitoproducto, o bien de un nutracéutico, están en una etapa avanzada de investigación.
Por último, cabe destacar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó sobre las consecuencias de la proliferación de bacterias resistentes a múltiples antibióticos y de las patologías que desencadenan, tanto a nivel socioeconómico como de seguridad sanitaria. Atribuye la problemática, sobre todo, a dos factores: el abuso y mal uso de los antibióticos, así como a la propagación de residuos de estos medicamentos a nivel ambiental.
Ante esta perspectiva, el avance nacional representaría una alternativa natural y eficaz para ayudar a combatir enfermedades infecciosas con conciencia ecológica.