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Historias de Vida – Graciela Gómez, de Cerrito Negro: «El invernadero me cambió la vida»

Graciela muestra los plantines de tomates que crecen en su invernadero.

La noche no permitía ver el sendero en forma adecuada a través de la sierra. No había llovido aún, así que todo estaba seco y pisado. El problema fue cuando hubo que decidir al bifurcarse el camino. Pero se eligió bien. Graciela Pabla Gómez, del paraje Cerrito Negro cerca de Potrerillos, en el departamento San Martín, hacía rato que esperaba nuestra llegada.

La lucecita que se observaba en el horizonte se hizo más visible, hasta que la casa nos indicó el final del recorrido. «Creí que ya no vendrían», nos recibió entre sonrisa y queja por todo el tiempo que tuvo que esperar.

Pero el entusiasmo por mostrar la magia de la nueva instalación para el cultivo de verduras la hizo encaminar hacia el invernadero, situado al lado de la casa, para que fuésemos testigos de lo que ocurría allí.

Para situar al lector, en la altura del departamento San Martín de la provincia de San Luis las heladas se prolongan hasta bien entrada la primavera. Madre Natura es pareja y rigurosa con todos.

El establecimiento de Graciela fue seleccionado como prueba piloto para la instalación de un invernadero y su posterior reproducción de otros 88 en diferentes lugares de la provincia. Agricultura Familiar de la Nación promueve invernaderos y el cultivo de la huerta. Es necesario revivir la cultura de la producción familiar.

Graciela desafía los problemas de falta de agua con el refuerzo de su trabajo. El resultado es ejemplar.

Cuando abrió la puerta del invernadero el mundo interno mostró una cara muy distinta del externo. Acompañados por las luces de los celulares pudimos observar la producción existente y de inmediato dedujimos el interés por mostrarla y la frustración de no poder hacerlo con la luz del día.

En el momento de su instalación, en el mes de junio, comenzó por la siembra de lechuga y acelga. Las historias no son lineales. tuvo su retroceso cuando a los pocos días se produjo una tormenta de viento que torció los hierros de sostén y despegó el nylon protector. Obligó a arreglarlo con urgencia para que los cultivos no sufrieran con las heladas.

En su interior cuenta con tres bancales, con cinta de riego en cada uno de ellos. Pero… el invierno es muy seco y en la casa se quedaron sin agua, así que los obliga a realizar un esfuerzo adicional para que las verduras pasen sin problemas este tiempo de escasez de lluvia.

El trabajo de los técnicos de Agricultura Familiar de la Nación constituyen un soporte esencial para los pequeños productores.

«Mi hija va con la carretilla con un bidón de 60 litros para cargar el agua. Yo voy con baldes y regadera. No podemos usar la cinta de riego porque no hay agua en este momento. Así que el esfuerzo es doble para mantener viva la verdura». Las palabras de Graciela son elocuentes sobre la situación que viven.

A partir de la instalación del invernadero, la actividad cotidiana de su vida la organiza alrededor de él. A la mañana, mientras su hija va al colegio, ella permanece allí para sacar yuyos y organizar los atados que venderá por la tarde. El riego lo hacen día por medio, con el esfuerzo adicional comentado.

«Me cambió la vida», fue la respuesta apresurada y contundente cuando le consultamos en qué había modificado la presencia del invernadero su cotidianidad. «Antes no había posibilidades de tener huerta. Ahora me cambió todo».

La cosecha de lechuga y de acelga fue tan grande, que le permitió repartir a los vecinos. «Me dijeron ¿por qué no lo vendés?, así que empecé a armar atados de acelga, cortar plantas de lechuga y vender en el vecindario. Me compran todos», explicó con orgullo.

Pero la venta no se agota entre los vecinos, porque se acercó a la escuela del paraje y ofreció a las docentes que allí desarrollan sus tareas. Ahora cuenta con otras clientas fijas por semana. «Dicen que la verdura está muy cara en el pueblo (San Martín), así que se llevan la de acá que es fresca y orgánica», comentó Graciela.

Hasta tanto se experimenta el grado de desarrollo que adquieren las verduras, el invernadero despierta desconfianza en quien lo trabaja por primera vez. Graciela lo graficó así: Me acercaba todos los días a ver las lechugas y la acelga y me decía: esto no llega. Pero poco después me sorprendía ver cómo crecían día a día.

Los técnicos de la Agricultura familiar le entregaron el resto de los elementos para el trabajo con el invernadero. Entre otros, un tanque para mil litros de agua para poder almacenar y contar con riego permanente; palas, rastrillo, y, especial para la zona: malla antigranizo. «Es muy importante para este lugar porque vienen muchas tormentas de piedra», ilustró.

El grupo familiar de Graciela está conformado por ella y dos hijos. «Ahí viene la ‘verdulerita’, me habían bautizado en la escuela», dijo sonriendo la hija, que es la encargada de llevar la verdura a quienes les compran.

«Lo que me sorprendía era que llevaba los atados que le armaba y vendía todo. No lo podíamos creer. Cuando volvía traía más pedidos que llevaba al día siguiente. Para nosotros fue algo desconocido hasta que nos ocurrió», relató Graciela a quienes fuimos protagonistas de la charla en la fría noche de Cerrito Negro.

«Ahora ya tengo mis clientes. Confían en la producción que tenemos y son fieles», explicó y fundamentó por qué le van a seguir comprando a ella a pesar de que en la zona se instalen varios invernaderos.

No obstante, los técnicos aclararon que no van a fomentar la competencia, sino la complementariedad. Quizá a través de la producción de tipos diferentes de verduras en los invernaderos cercanos.

A las primeras  verduras sembradas y tras el éxito de la cosecha y la venta, Graciela le agregó repollo, cebollines de verdeo, remolacha, zanahoria, zapallitos verdes, orégano… pero lo que más llamó la atención fue el tamaño que ya habían adquirido los plantines de tomates. Pensar en tomates a principios de octubre en ese lugar, es una utopía.

Al regresar de la visita realizada y del diálogo mantenido con Graciela, las reflexiones se multiplicaron. Más allá de los matices, algo quedó claro para todos: cuando hay voluntad, cuando los objetivos son realistas y se ajustan a quien se los propone, ni la más dura de las contingencias -como en este caso la falta de agua- puede detener el camino que se debe recorrer para arribar con éxito a ese propósito planteado. El de Graciela es un ejemplo.

Producción: El Semiárido