Por el Dr. Lisandro Blanco, INTA La Rioja.
“…el paisaje se ha convertido en un objeto de estudio, y en consecuencia en un documento que es importante fijar, como se fija, para evitar su corrupción, un objeto descubierto en una excavación. Esa atención particular preparaba las vías de una mutación fundamental en nuestros días, en nuestra civilización el paisaje cada vez más considerado como un valor, como un elemento de un patrimonio que nuestros antecesores nos legaron y que nosotros tenemos el deber de no dilapidar, un elemento fundamental, a la vez precioso, frágil y amenazado.” (Georges Duby).
¿Qué es la desertificación?
La definición de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (1992 y 1994), entiende por desertificación: “… la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas; por ‘lucha contra la desertificación’ se entiende las actividades que forman parte de un aprovechamiento integrado de la tierra de las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas para el desarrollo sostenible…”.
El concepto de degradación denota la pérdida de capacidad de un ecosistema para brindar bienes y servicios. Desertificación es, entonces, un concepto más amplio que el de desierto y el de zonas secas. En efecto, el concepto de desierto se refiere a un proceso de la naturaleza que ha alcanzado una cierta estabilidad y que no depende de la acción del hombre sobre el medio ambiente. Así, el proceso de desertificación no es imputable a la extensión de los desiertos actuales, sino que más bien ocurre porque los ecosistemas de tierras secas, son extremadamente vulnerables a la sobreexplotación y al aprovechamiento inadecuado de la tierra.
El concepto de sostenibilidad al desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes y no afecta la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades. La sostenibilidad contempla 3 dimensiones, la producción económica, equidad social y sostenibilidad ambiental. La sostenibilidad puede entenderse como el mantenimiento o mejoramiento del bienestar a través del tiempo, e involucra los conceptos de eficiencia dinámica y equidad transgeneracional en la distribución del bienestar. La eficiencia dinámica refiere a un nivel de “consumo” del bien o servicio ambiental que permita el bienestar deseado para muchos sin perjudicar a nadie. La equidad transgeneracional se logra cuando la capacidad ambiental de generar el bienestar deseado se mantiene en el tiempo.
La multidimensionalidad de la desertificación.
La desertificación se entiende como un problema complejo, de naturaleza sistémica, que afecta la estructura y el funcionamiento de las tierras secas y abarca múltiples relaciones entre factores biofísicos, socioeconómicos, políticos e institucionales. Aunque son más frecuentes los estudios sobre desertificación asociados a factores biofísicos, existe un consenso de que la desertificación debe ser comprendida como una problemática que integra dimensiones biofísicas y socioeconómicas. Por lo tanto, para cuantificarla en espacio y tiempo deben construirse y/o seleccionarse indicadores que contemplen ambas dimensiones. Mientras que los indicadores biofísicos deberían reflejar la habilidad del ecosistema para proveer bienes y servicios (cobertura vegetal, productividad primaria, erosión de suelo, stock de carbono en el suelo, nivel de salinidad de napas freáticas, biodiversidad), los indicadores socioeconómicos deberían representar la sustentabilidad rural (nivel de ingresos económicos de la familia rural, diversificación de los ingresos económicos familiares, nivel de participación ciudadana, acceso a políticas públicas de desarrollo rural, acceso a los servicios públicos, equidad de género en la participación ciudadana, nivel organizacional comunitario). El proceso de selección/construcción de indicadores de los procesos de desertificación implica la identificación de estados de referencia (niveles del indicador correspondientes a situaciones sin degradación, deseables como meta) y umbrales (niveles del indicador que representan situaciones de degradación irreversibles).
En el 2001 los científicos consensuaron un marco conceptual metodológico para monitorear la desertificación, que se denominó “Paradigma de la Desertificación de Dahlem (PDD)”. Dicho marco conceptual contenía alguna de las siguientes premisas:
- La desertificación incluye siempre condicionantes humanos y ambientales;
- Los sistemas socio-ecológicos de las zonas áridas son dinámicos, por lo tanto, los estados de referencia y los umbrales pueden cambiar en el tiempo;
- A medida que los niveles de desertificación son más críticos, los costos de intervención para revertir dichos procesos aumentan exponencialmente;
- Mientras la degradación que ocurre a nivel de predio o comunidad se generaliza, se traslada a procesos de desertificación a escala regional.
Desertificación y pobreza rural
La desertificación es un proceso global de deterioro ambiental, que además de afectar la estructura y función de los ecosistemas, ocasiona un impacto importante en la vida humana, mientras que al mismo tiempo se entiende que las poblaciones contribuyen a aumentar este proceso. Por lo tanto, la desertificación es un proceso que se desarrolla en el marco de la interacción de los actores sociales con el ambiente. Así, las principales causas de la desertificación se relacionan con prácticas humanas tales como el sobrepastoreo, la deforestación y una agricultura no sustentable.
Existen un conjunto de evidencias sobre la generación de un círculo crítico entre desertificación y pobreza rural. Las tierras secas desarrollan una interacción hombre – naturaleza basada sobre los recursos naturales escasos, y son frecuentemente habitadas por poblaciones marginadas. Las inequidades sociales y la pobreza tienen un papel importante en la marginación y vulnerabilidad de las poblaciones afectadas por la desertificación. Como una estrategia para la supervivencia, la pobreza lleva a la sobreexplotación de los recursos naturales, intensificando los procesos de desertificación. Consecuentemente, la desertificación, al producir pérdida de productividad de la tierra, genera menores ingresos de la familia rural y en esta situación se visualizan 2 posibles salidas 1) más pobreza, creando una espiral decreciente hacia condiciones de menor resiliencia; 2) más diversificación de los ingresos, generalmente mediante ingresos no rurales, que en muchos casos implica la migración de parte o la totalidad de la familia rural a centros urbanos. Las características complejas de estas interacciones, dan una dimensión a la problemática de la desertificación, que define la necesidad de un abordaje integral, que excede a la familia rural, y exige una acción gubernamental con fuerte participación de las organizaciones rurales para revertir dichos procesos.
La desertificación y el cambio climático, la escala global.
Aproximadamente el 37% de las áreas terrestres del planeta corresponden a tierras secas (hiperáridas, áridas, semiáridas y subhúmedas), con diferente proporción relativa según el continente. Estas tierras secas son las que globalmente están sujetas a sufrir procesos de desertificación. Pero estas cifras parecen estar modificándose en la actualidad y con proyecciones alarmantes hacia finales del siglo actual. Así, de acuerdo al IPCC (Panel Internacional de estudios sobre el Cambio Climático) los modelos climáticos predicen un incremento del 10 al 23% de las tierras secas globales, donde 8 de cada 10 de las “nuevas tierras secas” corresponderían a países en vías de desarrollo. Estas predicciones incrementan el desafío, porque los territorios sujetos a procesos de desertificación se ampliarían en un futuro no tan lejano.
Un tercio de la población mundial habita en las tierras secas, y un 30% de la misma vive en los denominados grandes centros urbanos (ciudades con más de 300.000 habitantes). El incremento de la aridez como consecuencia del cambio climático provocado por las emisiones de carbono, traería consecuencias preocupantes para las grandes ciudades, tales como aumento del estrés por calor, tormentas severas, precipitaciones extremas (relacionadas a inundaciones y deslizamientos de tierra), aumento de la contaminación del aire a medida que las temperaturas aumentan, sequía y escasez de agua. Por supuesto, los riesgos siempre son magnificados para las personas que carecen de infraestructura esencial y servicios. El IPCC sostiene que la adaptación urbana es fundamental para abordar los numerosos desafíos que enfrenta un planeta en proceso de urbanización. Algunos ejemplos de mecanismos de adaptación incluyen la reducción en el consumo de energía y agua en áreas urbanas implementando “ciudades ecológicas” y reciclaje de agua. Es importante destacar que las ciudades deben desarrollar una infraestructura resiliente para reducir su vulnerabilidad a los muchos riesgos asociados con el cambio climático.
Existen indicadores biofísicos que manifiestan la existencia de procesos de desertificación a escala global. En un 20% de la superficie vegetada del planeta, la productividad primaria (fijación de carbono por fotosíntesis) presentó una tendencia negativa entre el 2009 y el 2013. El área global de bosques nativos disminuyó en un 6% entre 1990 y 2015; cabe recordar que 1327 millones de hectáreas de bosques nativos se encuentran en tierras secas. Las reservas de carbono en los bosques han disminuido en casi 11 gigatoneladas (Gt) en los últimos 25 años. Las emisiones de CO2 por pérdida de bosques variaron entre 4 Gt CO2 por año (2001-2010) y 2.9 Gt CO2 por año (2011-2015). Más de una quinta parte de las áreas con agricultura bajo riego de la tierra se ven afectados por la salinización del suelo, siendo el costo anual mundial de la degradación de la tierra inducida por la sal en las zonas de regadío de 27,3 mil millones de dólares en relación con la pérdida de producción de cultivos.
Es conocido el efecto de la desertificación y el cambio climático sobre los procesos migratorios desde los sitios rurales a las ciudades en las tierras secas. Se detectaron ambientes áridos y semiáridos distribuidos en los diferentes continentes que perdieron más del 10% de su población rural entre 1990 y el 2000. Los factores más determinantes de dichos procesos migratorios fueron la desertificación y la frecuencia de sequías.
La desertificación en los Llanos de La Rioja
Los procesos de deforestación y el sobrepastoreo continuo han provocado procesos de desertificación generalizados en la región de los Llanos en La Rioja. Investigadores de la región detectaron que de los 49 millones de hectáreas que abarca la región, hay 15 millones de hectáreas que disminuyeron en más del 40% su productividad primaria potencial. Este proceso de degradación tiene efectos directos sobre los sistemas ganaderos que predominan en la región. Así, con más de 400 sitios relevados, el 80% presentó niveles muy bajos de cobertura de pastos forrajeros nativos (alimento del ganado que se cría en la región).
La desertificación en la región, además de las consecuencias ecológicas y productivas, tiene efectos socioeconómicos evidentes en diferentes regiones secas del mundo. La mayoría de los productores ganaderos de los Llanos de La Rioja pertenecen a la categoría de pequeños productores rurales, incluyendo el productor familiar, el campesino o transicional y el capitalizado. Así, de los 3800 productores ganaderos de la región, el 94% tiene menos de 100 vacas, un indicador del bajo nivel de capital. Un alto porcentaje de los pequeños productores de la región se encuentran por debajo de la línea de pobreza.
Estudios realizados en la región no detectaron relaciones claras entre los índices de pobreza rural y el nivel de desertificación. Sin embargo, se observó que aquellos departamentos con mayor proporción de pequeños productores, y menor superficie de los predios, presentó mayores niveles de desertificación. Esto no se debe a que los pequeños productores implementen estrategias de pastoreo menos apropiadas que los grandes productores, sino a la falta de capital tierra para mantener sus animales, lo cual genera una mayor intensidad de uso.
Durante más de 4 décadas, las instituciones de tecnología y desarrollo de la región, entre ellas el INTA, han generado y validado tecnologías para revertir procesos de desertificación. Además han acompañado a los productores rurales y sus organizaciones, para la implementación de estas tecnologías. Algunas de estas tecnologías apuntan a la implementación de estrategias adaptativas de pastoreo (manejo adecuado de la carga animal y sistemas de pastoreo rotativo), la revegetación de áreas degradadas con especies forrajeras (rolado y siembra de buffel grass) y el monitoreo forrajero satelital entre otras. La adopción de estas tecnologías por parte de los productores, implica un fuerte compromiso del estado, mediante el acompañamiento a través de políticas públicas. Por ejemplo, entre el 2011 y el 2016 la superficie implantada con pasturas de buffel grass se incrementó de 75.000 a 120.000 hectáreas en la región. Más de 500 de las 900 pasturas relevadas pertenecerían a pequeños productores.
La provincia de La Rioja participa activamente del Plan de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación. Así el gobierno provincial a través de la Secretaría de Ambiente y con la participación de municipios, instituciones (educativas, de ciencia y tecnología), ONGs ambientalistas y organizaciones de productores, discuten e implementan dicho plan (PAP, Plan de acción Provincial) en diferentes Departamentos de la provincia. La desertificación es una problemática que afecta a nuestra provincia, no solo desde lo ambiental sino también a nuestra población rural, influyendo en los procesos demográficos y afectando el desarrollo regional. Por lo tanto, el 17 de junio debería ser todo el año en La Rioja.