“El nuestro es un semiárido frío, continental. Hay una combinación compleja de eventos que ya son parte de nuestra normalidad”, explicó Mercau. “Sequía, granizos frecuentes, heladas condicionantes y temperaturas extremas son amenazas permanentes. Lo primero es conocerlas y luego diseñar estrategias para convivir con ellas”.
Mercau centró buena parte de su exposición en el fenómeno de la sequía, al que definió como “la diferencia entre la demanda hídrica del cultivo y la oferta del ambiente”. En ese sentido, advirtió que el problema no siempre se origina por falta de lluvias, sino también por malas decisiones que incrementan la demanda de agua.
La región que abarca el sur de Córdoba, sur de San Luis, norte de La Pampa y el límite con Mendoza presenta un gradiente de precipitaciones que va de los 800 a los 400 mm anuales, mientras que la demanda hídrica promedio de un maíz, incluso tardío, supera esos valores. “La agricultura se sigue haciendo en ese contexto, por eso es clave entender que convivimos con la sequía: no es la excepción, es la norma”, afirmó.
Con un techo teórico de rendimiento para maíz de 12.000 kg/ha, Mercau explicó que en la práctica los promedios regionales están entre 5.000 y 6.000 kg/ha, “porque las condiciones de oferta de agua no acompañan”.
Una de las estrategias más eficaces para enfrentar la sequía es ajustar la fecha de siembra. Según Mercau, al sembrar entre el 20 de noviembre y el 5 de diciembre, se reduce entre 30 y 50 mm la demanda de agua en las etapas críticas del cultivo, en comparación con siembras más tempranas. “Por eso nuestras ventanas de siembra de maíz y soja están diseñadas de esa forma. Pero incluso dentro de ese esquema, seguimos estando por debajo de la demanda. No vamos a estar en 12.000 kilos, eso está claro”.
También remarcó la importancia de monitorear el perfil de humedad del suelo. Con perfiles bien cargados, es posible realizar siembras tempranas en una pequeña proporción del lote, lo que permite diversificar riesgos. “Algunos productores siembran el 10 o 15% de su superficie de maíz de forma temprana, y luego completan con tardío. Es un maíz más riesgoso, sí, pero también con mayor potencial”.
En cuanto a la soja, Mercau señaló que el manejo es similar: “Si a mediados de octubre los perfiles están llenos, conviene sembrar rápido para aprovechar el techo de rendimiento de las fechas tempranas de noviembre. Si no, se puede extender hasta el 20 o 25 de noviembre, sin problemas”.
Finalmente, advirtió que, si bien la sequía es el primer jinete y el más persistente, en las próximas etapas del ciclo agrícola entran en juego las heladas, el granizo y las altas temperaturas, que también condicionan las decisiones y resultados de cada campaña.

Altas temperaturas: el segundo jinete
El especialista se refirió luego a uno de los fenómenos más complejos y frecuentes del ciclo agrícola: las muy altas temperaturas, que identificó como el segundo de los “cuatro jinetes del Apocalipsis” que condicionan el rendimiento de los cultivos en esta zona.
“La muy alta temperatura no es un fenómeno nuevo. Es parte estructural de nuestro ambiente semiárido continental: convivimos con inviernos fríos, veranos calurosos y una gran amplitud térmica incluso durante el mismo día”, explicó Mercau. “Pero lo que sí está ocurriendo, y es preocupante, es un aumento en la frecuencia de días con temperaturas extremas, por encima de los 35 °C”.
Según detalló el investigador, el período más conflictivo en cuanto a temperaturas extremas se extiende desde mediados de diciembre hasta mediados de febrero, justo cuando los cultivos atraviesan etapas críticas como floración y llenado de granos.
“En maíz, las temperaturas elevadas impactan desde el inicio de la panoja hasta el llenado. En soja, el rango sensible va de R3 a R6. Son momentos clave donde el calor extremo daña los tejidos, reduce el crecimiento y provoca menos fijación de granos”.
Mercau fue claro en señalar que no se trata solo de calor “incómodo”, sino de temperaturas que causan daño fisiológico real en las plantas, reduciendo su eficiencia y obligándolas a destinar energía a reparar tejidos, en lugar de crecer o producir.
“Escaparle del todo a las altas temperaturas es muy difícil en nuestra región”, advirtió. Las siembras tardías ofrecen un cierto respiro durante el llenado, pero no logran evitar del todo el golpe de calor durante floración. Por otro lado, las siembras tempranas no zafan ni en floración ni en llenado, y además están más expuestas al estrés hídrico.
“Las altas temperaturas interactúan directamente con la sequía. Un cultivo que transpira puede mantenerse hasta 2 o 3 grados por debajo de la temperatura ambiente. Pero si no tiene agua y deja de transpirar, su temperatura interna puede subir 2 o 3 grados más que el ambiente. Esa diferencia es crítica”, explicó Mercau.
Por eso, la gestión del agua en el perfil del suelo, la elección de fechas de siembra y la administración del riesgo climático deben analizarse en conjunto. “Una estrategia muy ajustada para sequía también puede aumentar el riesgo frente a las muy altas temperaturas, porque ambos factores están estrechamente ligados”, concluyó.

Granizo: un enemigo imprevisible
Mercau profundizó en los desafíos climáticos que enfrenta la agricultura del semiárido argentino. En su análisis, identificó al granizo como el tercer “jinete del Apocalipsis” que amenaza la estabilidad productiva de la región.
“Conocemos la zona, sabemos que el granizo es parte del juego. Y si uno empieza a buscar información, encuentra que la región de Cuyo —especialmente el sur de San Luis— es una de las zonas más graniceras del país”, explicó el especialista. La ocurrencia de granizo, remarcó, coincide con la época de lluvias estivales, un dato que, aunque lógico, obliga a extremar las precauciones en los meses de mayor actividad vegetativa.
El análisis de Mercau se apoyó en patrones geográficos y meteorológicos. Indicó que la mayor incidencia de granizo en el sur de San Luis podría estar relacionada con la forma de la cordillera de los Andes, generando condiciones atmosféricas favorables para este tipo de eventos. Además, mencionó que las sierras centrales —como la de Comechingones— también influyen en la generación de turbulencias, aunque con impacto más fuerte en zonas cercanas a Córdoba.
“Las tormentas graniceras suelen moverse en dirección oeste-este o con cierta inclinación al sudeste. Forman lo que los productores muchas veces reconocen como una ‘manga’ de granizo. No es un fenómeno que golpea al azar, pero sí con una lógica difícil de anticipar”, señaló.
El efecto del granizo sobre los cultivos depende de dos factores clave: la intensidad del daño foliar y el momento del ciclo en que se produce el impacto. Un granizo temprano puede afectar severamente la fuente de producción (hojas y estructuras reproductivas), mientras que uno tardío puede afectar directamente el grano o causar desgrane, especialmente en soja.
Frente a esta amenaza, Mercau destacó la importancia de implementar estrategias de diversificación, tanto temporal como espacial.
“La diversificación es la herramienta más efectiva que tenemos frente al granizo. Alternar fechas de siembra, incluir diferentes cultivos (como maíz, soja y girasol) con ventanas críticas distintas, o incluso producir en distintos campos o localidades, ayuda a reducir el riesgo global”, explicó.
En este sentido, también mencionó una alternativa interesante: las siembras compartidas, una estrategia cooperativa donde distintos productores acuerdan compartir el riesgo entre lotes propios y ajenos. “Es una forma de hacer multilocal sin moverse geográficamente, compensando las pérdidas en forma solidaria y planificada”, concluyó.

Heladas: el cuarto jinete que marca el límite de nuestras decisiones
Y el cuarto jinete, quizá el más determinante en la toma de decisiones estratégicas, es la helada.
Las heladas que afectan a la agricultura tienen dos momentos clave en el calendario: las tardías (primavera) y las tempranas (otoño). “Ambas impactan de forma distinta sobre los cultivos, pero son igual de decisivas”, explicó. Las heladas tardías afectan el período de implantación, cuando las plantas aún son plántulas. En ese estadio, la temperatura crítica es la del suelo, que puede descender varios grados por debajo de la registrada a nivel del abrigo meteorológico (1,5 metros de altura).
“Cuando hablamos de helada, hablamos de daño real sobre los tejidos. A 0 °C dentro del tejido vegetal se forman cristales de hielo que rompen las células. Eso se traduce en ese aspecto guacoso, de tejido muerto que vemos tras una helada fuerte”, detalló Mercau.
Cada cultivo tiene una sensibilidad diferente. Por ejemplo, en girasol el riesgo comienza cuando la planta supera las 4 hojas, y en maíz, entre las 5 y 6 hojas. Por eso, anticipar la siembra más allá del 15 de octubre puede significar un alto riesgo. “Una helada tardía puede borrar una siembra completa si no se respeta esa ventana de seguridad”, advirtió.
En estos casos, los técnicos utilizan el umbral de 2 °C en abrigo como indicador de helada potencial en superficie. A esa temperatura, el suelo desnudo puede alcanzar fácilmente los 0 °C o menos, condición suficiente para dañar tejidos tiernos.
En contrapartida, las heladas tempranas marcan el final del ciclo: siembras demasiado tardías pueden exponer al cultivo a heladas cuando aún están en llenado de grano. “Ahí la temperatura que importa es la del canopy, donde está el grano, y por eso el valor de 0 °C en abrigo meteorológico es una buena referencia para el riesgo real”, explicó Mercau.
En San Luis, la fecha media de primera helada de 0 °C es el 20 de abril, aunque uno de cada cinco años puede adelantarse incluso al 5 o 10 de abril. Este año, por ejemplo, el sur provincial ya registró heladas importantes el 4 de abril, que afectaron cultivos en diversas localidades.
“Nosotros decimos que el 5 de diciembre es una excelente fecha para sembrar maíz… pero también es la última. No podemos irnos al 15 o 20 como en otras regiones porque el riesgo de helada temprana nos ‘mata’. Es literal: el cuarto jinete es la muerte”, afirmó con énfasis.
Entre los cultivos evaluados, el girasol mostró ventajas clave frente al riesgo de heladas. Por un lado, tolera siembras desde mediados de octubre hasta fines de noviembre. Por otro, su raíz profunda (hasta 3 metros) le permite explorar humedad más allá de lo que acceden maíz o soja. Y además, es notablemente resistente al frío en su etapa final de desarrollo.
“Un girasol puede recibir hasta -3 °C quince días después del fin de floración sin sufrir daño. Lo vimos con una foto tomada por Guillo Ordóñez tras la helada del 18 de febrero: el maíz completamente quemado y el girasol intacto”, recordó.
Esta rusticidad, sumada a su flexibilidad de siembra y profundidad exploratoria, posicionan al girasol como un aliado estratégico ante la variabilidad térmica.