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Juan Bautista Bairoletto: el paisano de fina estampa que tuvo problemas con la ley

Jorge David Cuadrado para La Nación.

“… vio acercarse al galope, majestuosamente, a un paisano de fina estampa. Venía bien montado, trayendo un caballo de tiro y se observaba, en su aspecto, cierta fatiga.

Su vestuario era refinado; llevaba botas de caña alta, bombachas grises, sujetadas por la faja, protegida por un tirador que sostenía una gran cuchilla, y un naranjero atravesado a la altura de su vientre; la camisa, pañuelo y sombrero aludo, todo era de color gris. Su fuerte cuerpo descansaba en un buen apero, al que le había acomodado una carabina. Cuando cruzó frente a los hombres, saludó y pasó.

¿Quién sería aquel paisano de gris? Aquel, cuya sola presencia tenía aires de autoridad; todos quedaron observándolo. De pronto, se oyó al capataz:- e jugaría la cabeza que ese hombre que va ahí, es Juan Bautista Bairoletto.”

Este pasaje que hemos transcripto pertenece al libro “Don Fernando” basado en la vida de un paisano de Villa Mercedes, provincia de San Luis, y su zona, Fernando Cuadrado (1912-1996). En ese libro, se nos presenta al famoso Bairoletto.

Fernando le compró a Bairoletto una yegua por intermedio de un amigo en común. En este caso la compra se hacía para ayudar a Bairoletto, nada más. La gente lugareña de un modo u otro siempre ha colaborado con aquellos hombres que frente a la injusticia y los atropellos cayeron en desgracia y se vieron obligados a ser peligrosos y que su solo nombre los definiera sin adjetivos.

Don Fernando, trabajando, sacó de la estancia “La Leona” al sur de San Luis, 400 yeguas, 60 mulares y 12 burros, junto a un tal Severo Soria y dos paisanos más. A esta tropa la llevaron hasta la isla “El Pío” cerca de Victoria, Entre Ríos, después de treinta días de marcha. La Isla “El Pío” tenía unas 45.000 hectáreas con hacienda vacuna y Don Fernando trabajó como encargado por espacio de nueve años.

En aquellos tiempos, fines de la década del treinta, el lugar tenía muchos hechos de hombres peligrosos que encontraban en su coraje y en la geografía y la asistencia de la gente, armas muy eficientes y eficaces para sus vidas, luchas y enfrentamientos. Fray Mocho se ha ocupado, magistralmente, de estos temas en su obra.

Matrimonio

Don Fernando había levantado su rancho frente a un arroyo de aguas profundas, por donde solían pasar barcos que iban a Puerto Victoria o a Santa Fe. Aquí vemos a un matrimonio muy joven, con tres hijos pequeños, muy lejos de su lugar de origen. En aquel tiempo, estaban en medio de la soledad y rodeados de peligros, sin embargo, nada les pasó y toda la gente del lugar fue buena y solidaria; y las personas que tenían problemas con la policía y eran peligrosas, jamás los molestaron. Claro, aquellos hombres que escapaban de la policía nunca se atreverían atacar a una familia como la de Don Fernando, más de uno de esos peligrosos, le dejaron en el patio un costillar de regalo de algún animal que habían cazado. En la zona la mayoría eran analfabetos por lo que Cecilia, la esposa de Fernando, les escribía o leía cartas.

Volviendo a Bairoletto, la viuda contaba que cuando tuvo el último enfrentamiento con la policía, se pegó un tiro para evitar que el tiroteo pusiera en peligro la vida de ella y sus hijas, pues el rancho en medio del campo no iba a aguantar las armas de gran calibre que tenían los uniformados. Bairoletto se jugó, en el último momento, por las personas que amaba. Hacía mucho tiempo que se dedicaba a trabajar y cuidar de los suyos.

Jamás ha correspondido llamar bandidos rurales a hombres como Juan Bautista Bairoletto; una palabra es inapropiada y la otra insuficiente. La gente criolla, la gente lugareña sabe a quién proteger, es solidaria frente a la necesidad humana, no hace preguntas. Parte importante del fenómeno que significaron estos hombres es la gente humilde del campo, la gente del lugar.

Las peleas y enfrentamientos que Don Fernando Cuadrado tuvo son de la misma habilidad y coraje que los de hombres como Bairoletto, más Don Fernando, que siempre arregló las cuentas con la policía y la justicia.

El soberano de Sarmiento, el pueblo, se somete a la ley que es la verdadera soberana en nuestro país, esto lo admiten hasta los hombres criollos que, al decir de ellos, se “desgraciaron”.

Juan José Güiraldes, en una carta que oficia de prólogo al libro antes mencionado, dice que Fernando Cuadrado es un gaucho con mayúscula y así lo fue: muy trabajador, honesto y se hizo respetar frente a las injusticias y atropellos, como un gaucho de ley, acaso, ya de otros tiempos, los tiempos de hombres como Don Juan Bautista Bairoletto.