Un grupo de ingenieros agrónomos y productores puso nuevamente en el centro del debate uno de los problemas más graves y menos atendidos del agro puntano. En un paisaje de laderas pronunciadas, los técnicos Adrián Bona, Gustavo Negro y Jorge Raspanti encabezaron una jornada de marcado de curvas de nivel en el campo de Julio Ramos, demostrando que la sistematización del terreno no solo protege el suelo, sino que también mejora la productividad.
En el corazón de la cuenca este de La Cumbre, un grupo de técnicos y productores rurales volvió a poner sobre la mesa uno de los temas más críticos y, a la vez, más ignorados en San Luis: la erosión hídrica. En un paisaje donde las lluvias de verano desatan verdaderos torrentes sobre las laderas, el suelo, ese bien tan valioso como frágil, se escurre pendientes abajo, formando cárcavas profundas que devoran la tierra productiva.
El escenario de esta nueva jornada técnica fue el campo del productor Julio Ramos, donde tres referentes en manejo de suelos y aguas, Adrián Bona, de San Luis, y los ingenieros Gustavo Negro y Jorge Raspanti, ambos docentes de la Universidad Nacional de Córdoba realizaron un trabajo de marcado de curvas de nivel, una práctica fundamental para controlar el escurrimiento superficial y reducir las pérdidas de suelo.
“Este campo pertenece a un productor que hace años trabaja con nosotros. Todo comenzó por un problema de erosión y hoy extendimos el área de sistematización”, explicó Gustavo Negro a Todo Un País cuando presenció el delicado trabajo, especialista en manejo del suelo. “Las cárcavas que vemos son heridas abiertas en la tierra: pérdida de capital, de productividad y de futuro. Pero lo importante es que se puede revertir, si se trabaja en conjunto. No sirve que uno solo haga las cosas bien, porque la erosión no respeta alambrados”.
Negro fue claro al referirse a la necesidad de una visión colectiva del problema. “Muchos dicen ‘a mí no me toca’, porque están aguas arriba de la cuenca. Pero todo empieza allí. Si cada productor tomara medidas para retener el agua donde cae, habría enormes beneficios para todos. El agua no desaparece: se acumula y destruye cuando baja sin control”, señaló.
Con la experiencia de décadas, el especialista recordó los primeros trabajos realizados en San Luis en los años 80, en campos de la familia Pela, pioneros en la sistematización de escurrimientos. “Cuando estabilizamos una cárcava, vuelve la vegetación, vuelve la vida. La naturaleza responde si le damos la oportunidad”, enfatizó.
El mensaje, contundente y casi ético, atravesó toda la jornada: lo que hacemos en nuestro campo impacta en el campo del vecino. “Hay que dejar de mirar para otro lado. Si tengo cárcavas, tengo un cáncer en el suelo. Y si el agua que manejo mal afecta a otro, también soy responsable”, dijo Negro.
El profesional insistió, además, en la importancia de contar con asesoramiento técnico calificado. “El productor debe confiar en los ingenieros agrónomos formados. Hay gente muy capaz, pero el conocimiento científico no se reemplaza con intuición. Así como uno no deja su salud en manos de alguien sin título, tampoco debería hacerlo con su tierra”.








Un paisaje que necesita gestión
Por su parte, el ingeniero Jorge Raspanti, docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba, remarcó que las condiciones naturales de la región hacen inevitable la erosión si no se actúa con criterio técnico. “Tenemos lluvias torrenciales, suelos sueltos y pendientes largas. Es la combinación perfecta para el desastre. La erosión aquí no es una posibilidad, es una certeza si no se manejan las pendientes”, explicó.
El especialista señaló que las prácticas adecuadas existen hace décadas: terrazas, canales de contención, rotaciones de cultivos, siembra en curvas de nivel. “Todo eso está estudiado y probado. Y hoy, además, la tecnología nos facilita enormemente el trabajo. Con los GPS, los pilotos automáticos y los banderilleros satelitales, el trazado de curvas y la siembra adaptada al relieve son tareas rápidas y precisas. Ya no hay excusas”.
Sin embargo, el problema no es solo técnico. “El manejo del agua es un tema colectivo, político y social”, advirtió Raspanti. “La cuenca no tiene dueños. Cuando hablamos del agua y del suelo, hablamos de bienes comunes. Por eso es clave organizar consorcios de productores, donde los costos se compartan y las soluciones sean integrales. En Córdoba lo hacemos desde hace años, y los resultados son evidentes”.
El mensaje final de los técnicos fue unánime: el suelo es el principal capital de la empresa agropecuaria. Y su pérdida es, en muchos casos, irreversible. “Una cárcava puede ocupar la misma superficie que una hectárea productiva. Lo que se pierde por erosión equivale, muchas veces, al costo total de haber sistematizado el campo”, explicó Raspanti.
Además, desmintió la falsa dicotomía entre conservación y rentabilidad. “Está comprobado que, a partir del segundo año de sistematización, los rendimientos aumentan entre tres y ocho quintales por hectárea. No solo se protege el ambiente, se gana dinero. El manejo sustentable no es un lujo, es una inversión inteligente”.
El desafío que viene
El encuentro en el campo de Julio Ramos fue, en definitiva, una lección de humildad frente al paisaje. Los técnicos y productores coincidieron en que el futuro de la agricultura serrana depende de una sola cosa, aprender a convivir con la pendiente.
“Si no frenamos la erosión hoy, mañana ya será tarde. La tierra que se pierde no vuelve. Cuidar las pendientes no es una opción, es un deber con nosotros mismos, con nuestros hijos y con quienes viven aguas abajo”, concluyó Gustavo Negro, con la serenidad de quien ha visto demasiado suelo irse con la lluvia.











