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La epopeya del frigorífico que llevó cabritos desde San Luis hasta las mesas de Italia y Emiratos Árabes

El 1º de octubre de 1968 nacía en San Luis una empresa familiar que marcaría un antes y un después en la historia productiva de la provincia. Juan Bautista Picco y su padre fundaron el Frigorífico El Trébol, el primero del país en exportar cabritos frescos a Europa y Medio Oriente. Durante sus años de gloria, llegó a faenar mil animales por día y despachar más de cuatro mil por semana.

Un primero de octubre de 1968 nacía en San Luis una historia de esfuerzo, de familia y de trabajo incansable. Ese día se conformaba la firma Juan B. Picco e Hijo SRL, conocida por todos como Frigorífico El Trébol. Nadie podía imaginar entonces que aquel emprendimiento familiar, levantado entre la tierra y el polvo de una zona donde todavía no pasaba la ruta 7, se convertiría pocos años después en el primer frigorífico de la Argentina en exportar cabritos a destinos tan lejanos y exigentes como Italia, España, las Islas Canarias y los Emiratos Árabes.

Detrás de esa epopeya estaba Juan Bautista Picco, hijo de un pionero del rubro, también llamado Juan Bautista, oriundo de Villa Dolores. La tradición, como los mejores oficios, se transmitía de generación en generación. Su padre había sido socio fundador del Frigorífico San Luis, en El Chorrillo, el primero en el país en dedicarse al ganado menor y con habilitación del SENASA. Allí aprendió el joven Juan el arte y la ciencia de la faena, del sacrificio, del comercio justo y de la calidad sin concesiones.


“Si no vas a seguir estudiando, hacemos un frigorífico”, le dijo su padre una tarde, cuando Juan regresaba del servicio militar y había dejado la carrera de ingeniería electromecánica en San Juan. Así comenzó una aventura que cambiaría la historia de la producción puntana, según relato cuando recibió a Todo Un País, en sus oficinas de Avenida Julio A. Roca.

Los años de gloria

Los comienzos fueron duros. El terreno, adquirido a la familia Jolivot, era apenas una finca sin caminos. No existía la ruta 7 tal como se conoce hoy. Pero con visión, fe y trabajo, los Picco levantaron una planta moderna, con puertas de acero inoxidable y un diseño que cumpliría con las exigencias sanitarias internacionales de la época. Desde su origen, Frigorífico El Trébol fue aprobado por SENASA, y su nombre empezó a ganar prestigio en el país y en el exterior.

El punto culminante llegó cuando la empresa fue habilitada para exportar cabritos frescos. Durante un año y medio, cada semana partían desde Ezeiza más de cuatro mil cabritos con destino a Italia, a los Emiratos Árabes y a las Islas Canarias.

Era un negocio próspero: se pagaban 1.800 dólares por tonelada, una cifra excepcional para fines de los años sesenta.

La faena alcanzaba los mil animales diarios, en jornadas interminables donde el trabajo se mezclaba con el orgullo. “Era una locura hermosa”, recuerda Juan Bautista. “Teníamos trece camiones Ford 350 y veintiséis choferes. Diez carneadores trabajaban sin descanso. Íbamos hasta el Chaco a buscar cabritos, y en noviembre y diciembre nos instalábamos en Malargüe, Mendoza, con corrales, viviendas y todo preparado para comprar directamente a los productores.”

Aquella logística, impensable para la época, involucraba viajes nocturnos por caminos de tierra, tanques de nafta de 310 litros, camionetas que partían al anochecer y regresaban al amanecer. “Un camión hacía un viaje por día: Malargüe–San Luis. Descargábamos al amanecer, lavábamos todo, y al mediodía salíamos de nuevo”, relata con nostalgia el fundador.

Cada caja de exportación contenía seis cabritos prolijamente empacados, y las bodegas de los aviones de Aerolíneas Argentinas los llevaban enfriados hasta Roma o Milán. Italia se convirtió en el mayor consumidor: el 90% de la faena se exportaba a ese país.

El Trébol fue el primero en exportar cabritos argentinos por vía aérea, y durante un tiempo, también el único. Córdoba y San Luis intentaron seguir sus pasos, pero el liderazgo ya estaba marcado. Era una época en la que San Luis se abría al mundo gracias al trabajo de una familia que supo unir tradición y modernidad.

Un final abrupto y una huella imborrable

El auge exportador se interrumpió de manera inesperada. A comienzos de los años setenta, una disposición de la Comunidad Europea prohibió el ingreso de carnes argentinas con hueso. Fue la excusa perfecta para cerrar un mercado que había sido conquistado con esfuerzo y excelencia.

“Nuestra sanidad era impecable, pero la medida fue política. Y con eso, se cortó la exportación. Nunca más se retomó”, lamentó.

Aun así, el legado quedó grabado en la historia de la producción argentina. Frigorífico El Trébol demostró que desde el corazón de San Luis era posible competir con los mejores del mundo, que el trabajo familiar podía abrir rutas comerciales hacia Europa y Medio Oriente, y que la calidad argentina tenía nombre y apellido.

Las anécdotas de los Picco parecen salidas de una novela. Una de ellas transcurre en Villa Dolores, cuando el padre de Juan fue perseguido por razones políticas. En plena campaña, el entonces candidato a presidente Arturo Illia le pidió prestado un camión para usarlo como tribuna. Picco accedió, sin imaginar las consecuencias. Su rival interno, José Manubens Calvet, prometió que, si no cumplía sus promesas, “se colgaría de un árbol en la plaza principal”. Ganó la elección… y mandó talar todos los árboles de la plaza.

A partir de entonces, comenzó una persecución política que forzó la venta del frigorífico en Córdoba y el traslado definitivo de la familia a San Luis.

La otra historia, más poética, sucedió muchos años después en Roma. Juan Bautista y su esposa Norma López paseaban por la Fontana di Trevi y decidieron almorzar en un restaurante cercano. Al entrar, se quedaron paralizados: sobre una repisa se exhibía una caja con el sello del Frigorífico El Trébol, la misma con la que enviaban los cabritos desde San Luis.

“Fue un momento de emoción profunda, ver nuestro nombre ahí, a miles de kilómetros, en el corazón de Italia, era como cerrar un círculo”, recordó.

El legado familiar

Hoy, el frigorífico sigue en manos de sus cuatro hijos, Juan, Enrique, José y Daniel, quienes continúan la tradición con el mismo compromiso que su padre y su abuelo: ofrecer calidad, respetar al productor y honrar la historia.

A los 80 años, Juan Bautista Picco mira hacia atrás con orgullo. Lo suyo no fue solo un negocio: fue una forma de vida. Una epopeya que llevó el nombre de San Luis a los mercados del mundo y dejó una huella indeleble en la memoria productiva de la provincia.

“Todo lo hicimos con las manos, con el corazón y con la familia”. Esa frase resume una historia que comenzó en 1968 y que, más de medio siglo después, sigue latiendo con la fuerza de los sueños cumplidos.