Inicio Agricultura familiar “El paradigma de la soberanía alimentaria es el de multiplicar la vida”

“El paradigma de la soberanía alimentaria es el de multiplicar la vida”

Diana Cortez, integrante del equipo de la Casa de Semillas de la Universidad Campesina Suri, cuya sede está en Santiago del Estero, afirmó que en el paradigma que propone la soberanía alimentaria “no hay relaciones de opresión, no hay discriminación por causas de género, se cuida y prioriza la vida”.

Al sostener ese principio, la producción de alimentos tiene otro sentido, “el de alimentar y multiplicar la vida, y no que sea una mercancía para la ganancia de unos pocos.”

“La semilla es Vida, que ha trascendido generaciones y generaciones con los saberes de las comunidades”, sintetizó en una frase, y fundamentó que “el lugar que ocupan las mujeres campesinas en el proyecto de guardianar las semillas es fundamental”.

Diana mantuvo una charla telefónica con Claudia San Martín, conductora del programa “Caminos ancestrales”, que se emite por la FM 104.1 de la ciudad de San Luis. Hizo un recorrido temático sobre las semillas nativas y criollas, cómo las guardianan, el rol que tuvieron en la redacción del programa nacional SemillAR, explicó que la biotecnología concentrada que existe en la actualidad “pone en riesgo la vida misma” y valorizó el paradigma de la soberanía alimentaria.

Diana inició su charla con el relato del contexto en el cual desarrolla su actividad relacionada con las semillas en la Universidad Campesina Suri (Unicam). “Ojo de Agua está al sur de Santiago del Estero, zona de sierras, rocosa, donde creíamos que no íbamos a poder cultivar”.

Como la comunidad fue creciendo, se hizo necesario el cultivo de verduras para la alimentación. Para ello, recurrieron a personas que tenían guardadas algunas semillas. Con las primeras cosechas fueron ellas quienes las guardaron.

“Al principio surgió como una necesidad, como para no rogar por las semillas en cada época de siembra. Vimos que eso crecía rápidamente, que las podíamos seguir multiplicando y que esa idea de guardar e intercambiar le había gustado mucho a las comunidades que iban conociendo la Unicam. Crece por la difusión del proyecto de multiplicación de semillas”, remarcó.

Consideró como un logro que se haya aprobado el programa SemillAR. Dijo que venían debatiendo la idea de fortalecer el trabajo con las semillas, dado que hay muchos lugares en el país donde se realiza esa actividad.

Programa SemillAR

Reconoció que desde su espacio se pensó al programa desde cero. “Hasta el logo tuvimos que pensar para que se ponga en marcha y llevarlo adelante”, manifestó.

En una primera etapa, explicó, les pareció que se debía iniciar por una etapa de relevamiento, de reconocer qué espacios existen en la actualidad, porque algunas experiencias se reconocen como casa de semillas, pero otros lo hacen desde la ancestralidad en forma individual.

Rescató que es necesario visibilizar esos espacios y fortalecerlos para que se multiplique, se promocione y se difunda, de la misma forma que “revalorizar todos los saberes que hay detrás de una semilla”.

Esos elementos fueron incorporados en la planificación y redacción del programa SemillAR. Otro aspecto que Diana estimó como de trascendencia, es que no sea centralizado, es decir, que las semillas nativas y criollas no estén en un lugar para después distribuirse, sino que se busquen otras formas o mecanismos.

Consultada sobre el lugar que ocupan las mujeres campesinas en el proyecto de guardianar las semillas, fue contundente: “Es fundamental”, afirmó.

Agregó que es un tema del que no siempre se habla, pero que, a la hora de captar información, es la mujer quien tiene el registro, a veces escrito, a veces de su memoria, sobre las semillas, las variedades, cómo se comportan, cómo cuidarlas. Inclusive, explicó que las mujeres en la ciudad también guardianan semillas.

Haciendo memoria de la historia de la humanidad, “pudimos poner en palabras que las mujeres han sido las creadoras de la agricultura, eso le da reconocimiento a algo que se viene haciendo hace miles de años”.

Al referirse al valor cultural de la semilla, definió: “La semilla es Vida, que ha trascendido generaciones y generaciones con los saberes de las comunidades”.

Recordó el tema del cayote santiagueño, al cual también se le llama sandía forrajera y es diferente del cayote salteño. “Hemos empezado a multiplicar, porque nos trajeron desde las comunidades. Hay una cultura y saber detrás del cayote porque, si bien se comporta parecida a la sandía común, requiere cuidados especiales, sobre todo, al momento de prepararlo”.

Si eso se pierde o se privatiza, como ocurre en otros países, que se vuelve ilegal su intercambio, también se modifica y trastoca la propia alimentación. “El tema no se agota en la semilla en sí, sino que conlleva todo lo relacionado al cultivo, la alimentación y la preservación”.

Relató que al principio los registros los llevaban en un cuaderno, donde dejaban asentado de dónde provenían las semillas e, incluso, los cuidados que debían tener. A medida que fue creciendo el stock y las variedades, modernizaron la toma de datos al hacerlo en forma digital.

“Hoy contamos con más de quinientas variedades de semillas”, aseguró, en consonancia con lo que había expresado Alberto Chiavarino cuando, previamente en el mismo programa radial, había dado esta cifra.

Dijo que cuentan con semillas de todo tipo e inclusive de otros países. Recordó que las mujeres en África llevan las semillas en sus cabellos, sobre todo las de porotos. “Nosotros tenemos acá esa variedad, a la que le llamamos el poroto atigrado”.

La variedad como indicador es importante, pero no lo es menos que las comunidades se hayan apropiado de esta herramienta, revalorizado la guarda de las semillas, el intercambio entre ellas y con la Unicam, además de retomar la producción hortícola en las zonas donde el agua lo hace posible.

La mujer, como se ha dicho, cumple un rol fundamental en el trabajo con las semillas. Pero el trabajo de los niños también tiene su importancia. Ellas y ellos están integrados en diferentes espacios, uno de ellos es el de producción vegetal.

“Si va a haber algún encuentro o viene alguna visita, a las niñeces les encanta preparar las bolsitas y son súper meticulosos y sistemáticos con eso: qué semillas van a cargar, cuántas, cómo. También con el tema plantines, siembra, están en permanente contacto. Vos llegas a la Unicam y ellos te cuentan lo que sucede con la producción”, ilustró Diana en su relato.

De la biotecnología concentrada a la soberanía alimentaria sin agroquímicos

Afirmó que la biotecnología concentrada que existe en la actualidad “pone en riesgo la vida misma”. Explicó que se pierde biodiversidad en semillas y posibilidades en alimentos. Ejemplificó con las variedades de papas y de tomates que se han perdido.

Sostuvo que el modelo de los transgénicos y su paquete tecnológico llevó a la pérdida de por lo menos el 75% de la biodiversidad. “Hoy en día la humanidad se está alimentando con muy pocas variedades. A esto hay que frenarlo y recuperar nuestros saberes y semillas”.

Ante la consulta sobre cómo se protegen del efecto de los agrotóxicos, Diana manifestó que lo esencial es “defender el territorio”. Estando organizados, no se permite que se traiga el paquete tecnológico que contamina, se detiene el desmonte, se deje de fumigar.

La recomposición del vínculo campo – ciudad sobre el cual estuvieron trabajando en Santiago del Estero, les permitió juntar voluntades para que se reconozcan en una misma lucha. “La soberanía alimentaria es una bandera que levantamos tanto en el campo como en la ciudad”.

Explicó que la soberanía alimentaria propone otro paradigma: “No hay relaciones de opresión, no hay discriminación por causas de género, se cuida y prioriza la vida. Entonces, la producción de alimentos tiene otro sentido, el de alimentar y multiplicar la vida, y no que sea una mercancía para la ganancia de unos pocos.”

Se preguntó qué falta para imponer ese paradigma. Se respondió que falta que más público conozca qué sucede en el campo, que visualice el cambio climático que se está produciendo. “Luchemos contra el agronegocio que es el que aporta la mitad de toda la contaminación que genera el cambio climático, seguir organizándonos y sobre todo, generar conciencia”, concluyó Diana Cortez.