Inicio Agricultura Cómo hacer rendir cada gota: el riego superficial como eje del desarrollo...

Cómo hacer rendir cada gota: el riego superficial como eje del desarrollo productivo en el norte de San Luis

En un escenario marcado por la creciente presión sobre los recursos hídricos, la variabilidad climática y la necesidad de sostener sistemas productivos competitivos, el manejo eficiente del agua dejó de ser una opción para convertirse en una prioridad estratégica. En el corredor Quines–Candelaria, en el departamento Ayacucho de la provincia de San Luis, ese desafío adquiere características particulares. Allí, el riego superficial o gravitacional no solo es el sistema predominante, sino también parte constitutiva de la identidad productiva regional.

Lejos de ser una tecnología obsoleta, el riego superficial continúa siendo el sostén de miles de hectáreas agrícolas. Así lo sostiene Héctor Andrada, técnico del INTA Quines, quien en su trabajo final pone el foco en una premisa clave; si bien la eficiencia del riego superficial es menor en comparación con otros métodos, existe un amplio margen de mejora a partir del manejo, las prácticas adecuadas y la capacitación de los productores y operarios.

“Las eficiencias son difíciles de cambiar en el riego superficial, pero lo que sí se puede modificar es la forma en que se aplican las prácticas para alcanzar esa eficiencia”, resume Andrada. El objetivo no es igualar los valores del riego presurizado, sino lograr que el sistema gravitacional funcione en su máximo potencial, alcanzando eficiencias reales del 40, 50 o incluso 60 %, cifras que marcan una diferencia sustancial en términos productivos y de uso del recurso.


En Argentina conviven distintos sistemas de riego con eficiencias claramente diferenciadas. El riego por goteo alcanza niveles del 90 al 95 %, la aspersión se ubica entre el 80 y el 90 %, mientras que el riego superficial presenta promedios más bajos, generalmente entre el 50 y el 60 %. Sin embargo, estos números no cuentan toda la historia.

En el norte de San Luis el riego superficial cubre alrededor de 3.500 hectáreas, lo que representa cerca del 90 % de la superficie productiva. El agua proviene del dique La Huertita, en la localidad de San Martín, y se distribuye a través de una extensa red de canales principales y secundarios que abastecen predios de distinta escala y características productivas.

Los sistemas predominantes son el riego por surcos y por manto, adoptados históricamente por su simplicidad, bajo costo de inversión y facilidad operativa. “Es un método conocido por todos, fácil de llevar adelante y con prácticas que los productores ya dominan”, destaca Andrada. Precisamente en ese conocimiento acumulado radica una de sus mayores fortalezas, porque no se parte de cero, sino de una base cultural y técnica sólida sobre la cual construir mejoras.

La heterogeneidad es una de las marcas distintivas del corredor, describe el profesional. Conviven pequeñas unidades familiares con explotaciones de escala media, dedicadas a cultivos como alfalfa, papa, batata, maíz, melón, sandía y distintos verdeos de invierno y verano, todos altamente dependientes del riego suplementario. A esto se suman producciones especiales, como plantaciones de rosas con destino ornamental, que requieren un manejo aún más preciso del recurso hídrico.

En los últimos años, algunos productores comenzaron a incorporar riego por aspersión o goteo, principalmente en cultivos de alto valor agregado. Sin embargo, el riego superficial continúa siendo el corazón productivo de la región. Por eso, mejorar su eficiencia no solo impacta en cada establecimiento, sino en la sustentabilidad global del sistema, advierte el técnico.

El valor del manejo por sobre la tecnología

Uno de los ejes centrales del trabajo de Andrada es la importancia del manejo. “La eficiencia no depende solo del método, sino de cómo se lo utiliza”, sostiene. En ese sentido, las prácticas recomendadas no apuntan a grandes inversiones, sino a ajustes técnicos y organizativos que, en conjunto, generan una mejora significativa.

El primer paso es la correcta sistematización del predio. Un relevamiento topográfico básico permite conocer cotas, pendientes y escurrimientos naturales. A partir de allí, las tareas de nivelación, melgado y surcado deben orientarse a lograr pendientes uniformes, asegurando una lámina de riego pareja y evitando tanto el escurrimiento excesivo como los encharcamientos.

Otro aspecto clave es medir. Conocer cuánta agua ingresa y cuánta egresa del sistema permite calcular la eficiencia real de aplicación. El aforo de caudales mediante vertederos o aforadores portátiles, tanto en canales principales como secundarios, es una práctica sencilla, pero de enorme impacto en la toma de decisiones, según valoro el autor del trabajo.

El diseño de melgas y surcos debe adaptarse a las condiciones específicas de cada suelo. Textura, estructura, velocidad de infiltración y pendiente son variables determinantes. No existen recetas universales: cada campo requiere ajustes propios. “Ajustar el ancho y el largo de melga o de surco es una tarea que merece consulta con profesionales”, advierte Andrada.

El dimensionamiento adecuado de los canales intraprediales es otro punto crítico. Estos deben diseñarse en función del caudal disponible y mantenerse en buenas condiciones. Canales limpios, con pendientes correctas y sin erosión, reducen pérdidas por infiltración y aseguran que el agua llegue al lote en tiempo y forma.

También advierte que el mantenimiento periódico, con limpieza de malezas, reparación de fugas y control de puntos de distribución, evita pérdidas que, acumuladas en el tiempo, pueden ser muy significativas. En la misma línea, el uso de carpas o compuertas plásticas en reemplazo de los tradicionales tapones de tierra mejora el control del flujo, reduce pérdidas y aporta mayor previsibilidad al sistema.

“Saber cuándo regar es tan importante como saber cómo hacerlo. La planificación del riego debe basarse en la demanda del cultivo y en la capacidad de retención del suelo. A la observación directa pueden sumarse herramientas simples, como tensiómetros o evaluaciones de humedad por tacto, que permiten decisiones más ajustadas sin grandes inversiones”, recalca.

El factor humano, una pieza clave

“Ningún sistema funciona bien sin personas capacitadas”, subraya el técnico del INTA. En el riego superficial, la eficiencia depende en gran medida del manejo humano. La capacitación de operarios en tiempos de riego, uso de compuertas, nivelación y mantenimiento es una inversión estratégica, muchas veces subestimada.

A esto se suma la necesidad de organizar la logística del riego en función del caudal realmente disponible. Planificar turnos, priorizar sectores con mayor demanda hídrica y evitar solapamientos permite ordenar el uso del agua y reducir conflictos entre usuarios.

Las recomendaciones difundidas en el corredor Quines–Candelaria son el resultado de años de trabajo, ensayos a campo y articulación entre el INTA, el consorcio de regantes y los productores. El Proyecto Local de Riego PL-348, recientemente finalizado, dejó información valiosa y una base técnica sobre la cual seguir construyendo.

“El aporte de estas prácticas es clave desde el punto de vista cultural”, remarca Andrada. Los productores saben regar, lo han hecho durante generaciones. El desafío es hacerlo mejor, con mayor eficiencia y con beneficios concretos: ahorro de agua, reducción de costos, mejora de rendimientos y sustentabilidad del recurso a largo plazo.

En definitiva, el futuro productivo del corredor Quines–Candelaria no depende exclusivamente de incorporar tecnología de punta, sino de hacer bien lo básico. Optimizar el riego superficial es una de las herramientas más poderosas para asegurar que cada gota cuente y que el agua siga siendo motor de desarrollo para las comunidades rurales de San Luis.