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A pesar de todo, el ajo vuelve a brotar: resiliencia, ciencia y futuro para el cultivo en Villa Mercedes

El ingeniero Agrónomo Alejandro Luna en su producción de ajo en Villa Mercedes.

“Todo lo que podía salir mal, salió mal”. Con esa frase cruda y honesta, el ingeniero agrónomo Alejandro Luna resume una de las campañas más difíciles que le tocó atravesar como productor de ajo en Villa Mercedes. Sin embargo, lejos de quedarse en la derrota, su historia es también la de la perseverancia, la investigación aplicada y la convicción de que el conocimiento puede transformar las adversidades en oportunidades.

La campaña comenzó con seis hectáreas implantadas, una superficie ambiciosa que reflejaba años de trabajo previo, ensayos y planificación. Pero una seguidilla de tormentas severas, con lluvias intensas y vientos inusuales para la región, fue reduciendo drásticamente el área productiva. Tras los primeros eventos climáticos extremos, apenas una hectárea y media logró mantenerse en pie.

De esa superficie sobreviviente, una hectárea contaba con riego por goteo, una tecnología que permitió amortiguar parcialmente el impacto del clima. Aun así, el golpe final llegó en plena cosecha, cuando una lluvia repentina de 60 milímetros terminó por arruinar la mitad de lo que quedaba en el lote. El balance fue duro: de un rendimiento estimado de 15.000 kilos de ajo limpio y seco, solo se logró rescatar aproximadamente el 50%.


Como si eso fuera poco, los daños no se limitaron al cultivo. Los secaderos construidos en el campo, una infraestructura clave para la poscosecha, fueron literalmente derribados por un viento huracanado que barrió la zona de influencia de Villa Mercedes. La producción que pudo salvarse hoy se encuentra resguardada en un galpón alquilado, un esfuerzo adicional para no perder lo poco que quedó tras la tormenta.

Pero mientras el emprendimiento productivo privado sufría los embates del clima, otra cara de la campaña ofrecía motivos para celebrar. Luna es docente de la cátedra Horticultura en la Facultad de Ingeniería y Ciencias Agropecuarias (FICA) de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), y desde allí lleva adelante ensayos con una amplia diversidad de variedades de ajo. Los resultados de esos trabajos fueron, en sus palabras, “sorprendentes”.

En el marco de una red nacional de evaluación de cultivares de ajo, de la que la UNSL forma parte junto a instituciones como el INTA La Consulta, Mendoza, se analizaron múltiples materiales genéticos. Entre ellos se destacaron con claridad la variedad Killa, un ajo blanco temprano, y los ajos morados, que alcanzaron rendimientos sobresalientes de entre 20.000 y 22.000 kilos por hectárea. Más atrás quedaron las variedades coloradas, con rindes del orden de los 12.000 kilos, pero igualmente valiosas por su comportamiento y potencial de mercado.

Estos ensayos no son casuales ni improvisados. El proyecto de Luna comenzó a gestarse mucho antes, en 2017, cuando empezó a evaluar sistemáticamente unas 14 variedades de ajo que recibían desde el INTA. Finalmente, en 2021, junto a su socio y amigo y colega Leandro Sturba, decidió dar el salto productivo y alquilar una parcela de una hectárea, con vivienda incluida, para iniciar su propio emprendimiento.

Desde entonces, esta fue la cuarta campaña consecutiva con el cultivo de ajo, combinando producción comercial y validación de información técnica. “Como institución formamos parte de una red nacional de evaluaciones de cultivares de ajo y, fruto de ese trabajo, decidimos hacer casi una hectárea de una variedad temprana”, explicó Luna, destacando la importancia de articular la investigación universitaria con la práctica productiva.

En cuanto a la comercialización, actualmente entre el 80 y el 90% de la producción se entrega a un intermediario que cuenta con la estructura necesaria para la venta y distribución. “Hemos hecho algunas ventas casi minoristas, pero son las menos”, detalló. Con el crecimiento del emprendimiento, también fue necesario adaptar la presentación del producto: si el primer año se comercializaban bultos de 10 kilos, en las campañas siguientes debieron reducir el tamaño del packaging a bolsas de 5 kilos, respondiendo a las demandas del mercado.

Más allá de las pérdidas sufridas, el ánimo de Luna no decae. Por el contrario, ya proyecta la próxima campaña con mayor superficie, más variedades y un objetivo claro: abastecer de ajo a toda la provincia de San Luis y extender la oferta durante todo el año. Para lograrlo, la clave está en la elección estratégica de cultivares según su ciclo y dormición.

“El desafío es escalonar la producción”, explicó. Los ajos tempranos permiten ingresar al mercado en noviembre y sostener ventas hasta marzo, aunque presentan una dormición corta y luego comienzan a brotar. A partir de allí, entran en juego las variedades de dormición intermedia, principalmente los ajos blancos, con salida comercial durante abril, mayo y junio. Finalmente, las variedades tardías, coloradas y castañas, permiten abastecer el mercado entre julio, agosto y septiembre, e incluso extender la oferta hasta octubre con el uso de antibrotantes.

“Los castaños, por ejemplo, son ajos de pocos dientes, pero grandes, y tienen un gran potencial”, señaló. Esa planificación varietal es la que permitiría, en el mediano plazo, lograr una presencia sostenida del ajo producido en San Luis durante los doce meses del año.

La campaña fue dura, sin dudas. Pero también dejó aprendizajes, datos valiosos y la certeza de que, incluso en un contexto adverso, la combinación de conocimiento, investigación y compromiso puede marcar la diferencia. En Villa Mercedes, entre tormentas y ensayos, el ajo vuelve a brotar como símbolo de resiliencia y futuro.